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Cerro Guacamaya: Entre Senderos y Leyendas del Corazón de Panamá

Cerro Guacamaya: Entre Senderos y Leyendas del Corazón de Panamá

El sol se filtraba entre las hojas de los árboles mientras el sendero serpenteaba cuesta arriba. Cerro Guacamaya, con sus 663 metros de altura, se alzaba imponente en la distancia, invitando a los viajeros a descubrir sus secretos. Era un terreno abierto, expuesto al abrazo cálido del sol panameño, por lo que los visitantes más experimentados sabían que un buen protector solar y un guía eran esenciales para recorrerlo sin contratiempos. En sus senderos, no era raro encontrar insectos de vivos colores, ni toparse con algún animal curioso que emergía entre la maleza, recordando que este era su hogar.

El clima solía ser cálido durante todo el año, aunque en los meses de febrero y marzo el calor se volvía más intenso. Sin embargo, el esfuerzo de la caminata era bien recompensado: al pie del cerro, el spa Brisas de Guacamaya ofrecía un remanso de descanso; más adelante, el Chorro de Santa María desplegaba su caída de agua cristalina, y en lo profundo del cerro, la cueva Ladrones guardaba susurros de historias antiguas.

Ubicado en la comunidad de Cañaveral, dentro de la provincia de Coclé, Cerro Guacamaya se erigía como un destino singular para los amantes del ecoturismo. Sus paisajes pintaban un cuadro de ríos serpenteantes, colinas ondulantes y montañas que parecían perderse en el horizonte. Cañaveral no solo ofrecía belleza natural, sino también un vistazo a la cultura de los pueblos del interior, donde la tradición y la naturaleza se entrelazaban en armonía.

Se contaba que, en tiempos remotos, esta colina era el hogar de un sinfín de guacamayos que teñían el cielo con sus vibrantes plumajes. Aquel espectáculo de colores dio origen a su nombre y, con el paso del tiempo, el cerro se convirtió en una de las elevaciones más significativas de la provincia de Coclé. Pero no solo era un santuario de vida silvestre, sino también un testigo del pasado: Cerro Guacamaya era una reserva ecológica y acuática, además de albergar uno de los sitios arqueológicos más antiguos de la región.

El ascenso comenzaba con un cruce sobre el río, donde la corriente dictaba el ritmo del viajero. Si las aguas estaban bajas, la travesía era sencilla; pero si el caudal crecía, la prudencia se convertía en la mejor aliada. Más adelante, el sendero se abría paso entre la vegetación, elevándose de manera constante pero sin tornarse demasiado empinado. A medida que se avanzaba, el esfuerzo se desvanecía con cada nueva vista que se revelaba: los molinos de Penonomé giraban en la distancia, y en algunos tramos, la tierra exigía escalar con las manos, como si el cerro pusiera a prueba a quienes deseaban alcanzar su cima.

Cómo llegar

Para aquellos que desearan descubrir este rincón de Panamá, el camino iniciaba en la ciudad de Penonomé. Desde allí, un recorrido en coche llevaba hasta el pueblo de Cañaveral, punto de partida para la caminata. Los primeros 300 metros del sendero brindaban un respiro bajo la sombra de los árboles, pero después, el paisaje se abría en un claro de belleza indescriptible, donde el cielo y la tierra parecían fundirse en un mismo horizonte.

Cerro Guacamaya no era solo un destino, era una historia que se escribía con cada paso, con cada mirada al paisaje y con cada viajero que se atrevía a explorarlo.

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Cerro Guacamaya no era solo un destino, era una historia que se escribía con cada paso, con cada mirada al paisaje y con cada viajero que se atrevía a explorarlo.

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